a los mullahs y el Islam desaparecerá en cincuenta años.
Sólo los mullahs pueden traer a la gente a las calles y hacerla
morir por el Islam, rogándoles que derramen su sangre por el Islam.
Ayatollah Jomeini
En una época como la nuestra, caracterizada por la
presencia de políticos corruptos, cínicos, traicioneros y
oportunistas, la fe inquebrantable de Jomeini parecía
lo único digno de ser tomado en serio.
Ahmed Taheri. The Sprit of Allah
En su desarrollo, la Revolución Iraní se ajusta en sus rasgos generales al patrón establecido por la Revolución Francesa. Sin embargo, en sus postulados e ideales, el movimiento de Jomeini niega aquello que las grandes revoluciones seculares y ateas que la precedieron habían proclamado como valores universales.
En este sentido, el siguiente pasaje de Los Versos Satánicos de Solmon Russde resulta ilustrativo a pesar de lo tendencioso que es el autor:
Haremos una revolución; esto es una revuelta no sólo en contra del
Tirano (del Sha) sino en contra de la Historia. La Historia… la creación
y posesión del Demonio… la más grande de las mentiras –progreso,
ciencia, derechos-. La Historia es una desviación del Camino (del Islam).
Cuando se inicia el auge de los movimientos anticolonialistas, los instrumentos ideológicos empleados por los grupos de liberación eran básicamente occidentales: el marxismo y el liberalismo. Dos doctrinas netamente europeas proporcionaron la metodología necesaria para que muchos países se independizaran de su metrópolis. Finalizada la ocupación militar y gracias a la dependencia ideológica, las grandes potencias pudieron seguir dirigiendo la vida de esos nuevos Estados, no sólo utilizándolos como mercados de salida para su producción, sino inculcándoles un modo de vida extraño a sus culturas autóctonas.
El resurgimiento islámico consiguió distraer la atención preferente de las potencias europeas y obligó a Estados Unidos y la Unión Soviética a combatirlo como un enemigo común debido a que el Islam no responde a pautas de comportamiento conocidas por ellos. Es erróneo creer que el Islam es un monolito sin fisuras. Debajo de él se encuentran regímenes tan distintos como las monarquías semiabsolutas, los comités populares o las repúblicas islámicas.
Shamati, un importante sociólogo del Islam, teorizó sobre la Revolución Iraní que el proceso de aculturación de esos terceros países (musulmanes) sufre un receso por el complejo de inferioridad cultural en que se sentían buena parte de las clases dirigentes locales. La pérdida de la estructura religiosa-cultural a la par que la disminución de los recursos económicos deja dos opciones para los intelectuales, frecuentemente hipnotizados por corrientes filosóficas occidentales, de esas naciones para recuperar su autonomía y cultura. Uno es asumir la responsabilidad independiente de su nación. Otra, y de ahí el carácter expansivo de la revolución islámica frente al nacionalismo árabe, es transformar al Islam tradicional y decadente al servicio del poder constituido en un Islam reformador que pueda dar una respuesta válida a la multiplicidad de requerimientos que exige la nueva realidad sociopolítica.
Con las reservas del caso, la Revolución de Irán es, en efecto, una revuelta contra la historia occidental. Fue una revolución hecha para conservar las tradiciones propias, para volver al camino de la ley plasmada en el Corán. No es una revolución que hable de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, no es una revolución por la democracia, ni para imponer la dictadura del proletariado o del campesinado. Es una revolución que unió a poseedores con desposeídos para reivindicar el Islam y el Corán. Como mencionó Foucault al respecto: “Entre las cosas que caracterizan a este acontecimiento revolucionario, está el hecho de que revela una voluntad absolutamente colectiva. En Irán el sentimiento nacional es en extremo vigoroso: la negativa a someterse al extranjero, la repugnancia ante el pillaje de los recursos nacionales, el rechazo de una política externa dependiente, la injerencia norteamericana visible en todas partes, determinaron que al Sha se le considerara un agente de occidente”.
El shiísmo es la religión oficial de Irán desde el siglo XVI. Irán es el único país donde esta religión es la oficial. Lo que la distingue en términos prácticos de su contraparte mayoritaria sunní es que la primera desarrolló una casta clerical, una hierocracia, sin embargo, sólo en Irán esta hierocracia alcanzaría su maduración plena por el hecho de haber crecido bajo el amparo y la protección del Estado monárquico que lo institucionalizó. De ahí surge una legitimidad dual, esencialmente conflictiva del Estado iraní. En muchos sentidos, esto coloca a Irán en condiciones muy distintas a las de los demás Estados musulmanes. La dualidad intrínseca monarquía-hierocracia del sistema político iraní vino a resolverse, de manera por demás inesperada, en una revolución del clero contra el Sha.
El Sha olvidó que fue ese clero el que dirigió la reacción nacionalista del país frente a la agresión colonial rusa y británica en los siglos XIX y XX. Olvidó que ese clero, en su calidad de guardián y tutor de la comunidad de creyentes, de intérprete único de la ley divina y de “fuente de imitación” para los fieles, poseía un liderazgo sobre la sociedad que, de hecho había ejercido en diversas situaciones de crisis pasando por encima de la monarquía misma.
De los seis reyes que Irán tuvo desde principios del siglo XIX hasta 1979, ninguno está enterrado en el país. Los seis murieron en el exilio. De los 42 ministros que tuvo el país en ese periodo, 10 fueron asesinados y más de 12 huyeron al extranjero. Asimismo, Irán sufrió varias intervenciones extranjeras: rusas, británicas, otomanas e iraquíes. En el mismo lapso hubo innumerables insurrecciones y movimientos separatistas de las minorías étnicas. En todas estas situaciones críticas, el clero estuvo presente de manera directa o indirecta, pero fue en dos de los momentos más significativos de la historia política de Irán –la revolución de 1906 y la de 1963- donde la hierocracia jugó un papel protagónico.
La primera fue una revolución de la sociedad para frenar el despotismo monárquico. Se estableció una monarquía constitucional con el apoyo del clero. La segunda fue una revolución de la monarquía sobre la sociedad para imponer un programa de “modernización y occidentalización”. El clero dirigía la resistencia bajo la conducción del Ayatollah Jomeini. Esto le costó un exilio de 16 años.
El pensamiento político de la hierocracia shií sufrió una lenta evolución desde el siglo XVI hasta el presente, cuando los mullahs llegaron a la conclusión de que podían y debían ejercer directamente el poder en beneficio de la sociedad. Ésta es la aportación esencial de Jomeini, sin soslayar sus dotes de líder revolucionario y de estadista que llevaron a Irán de ser un régimen monárquico prooccidental a una república islámica.
En términos generales, la Revolución de Irán puede calificarse de fundamentalista; de ahí muchas de sus peculiaridades. El fundamentalismo puede definirse como una politización de los valores y creencias más tradicionales de una sociedad, principalmente las de tipo ético-religioso. Surge en momentos de crisis de orientación y sentido de una sociedad, como una forma de reafirmación colectiva de la identidad propia ante la irrupción de valores o incluso formas de producción ajenas. En particular, son los sectores más tradicionales de la sociedad (en su calidad de custodios de los valores auténticos) los más sensibles a los cambios generalmente disruptivos de los procesos modernizadores. En este sentido, el fundamentalismo está latente en los sectores tradicionales de las sociedades en rápido cambio. Sin embargo, para que surja el brote fundamentalista, parece ser un requisito indispensable la existencia de un sacerdocio que, en un momento dado, pueda actuar como intelligentsia del movimiento en su calidad de intermediario entre la voluntad divina y los creyentes.
En cualquier culto religioso, la hierocracia, el clero, enfrenta un dilema entre su actuación puramente espiritual y su compromiso social y mundano. En situaciones críticas para esa sociedad, el clero puede considerar (o sobre todo, puede ser presionado por la comunidad) indispensable ofrecer su liderazgo político. Esta tendencia puede hacerse más acentuada por el vacío de liderazgo secular motivado por la creciente falta de credibilidad de los políticos laicos y más aún, en las ideologías. De ahí que, al menos, puedan distinguirse en el fundamentalismo tres niveles de diferencia.
- Como defensa activa de los valores y principios de una religión.
- El clero pasa de ser un guardián celoso de la moral de la comunidad a buscar su participación en la política. Tal es el caso de algunos sectores del clero en América Latina o de los partidos rabínicos en Israel.
- Finalmente, como ocurrió en Irán, si el clero se ve marginado y no encuentra formas de canalizar ni las demandas propias ni las del sector que representa, puede asumir un proceso de liderazgo revolucionario. Éste también sería el caso de los nacionalismos irredentos de la ex-URSS, Polonia o Irlanda, donde los nacionalismos oprimidos canalizan sus demandas a través del discurso religioso. Esta mezcla de nacionalismo e identidad religiosa estuvo presente en la Revolución de Irán a través de las muestras de nacionalismo revanchista y xenófobo anti-occidental.
En realidad, no resulta extraño que los jefes religiosos, los ayatollahs que representan en el Islam iraní la permanencia de la tradición, la imagen de una vida sencilla, sin más preocupaciones que la de acercarse a Dios, hayan podido colocarse a la cabeza de esta rebelión. Con su forma modesta de vestirse, de vivir, representan para el pueblo la perpetuidad de la sabiduría coránica frene a la futilidad de las rapiñas, de la corrupción y del dinero fácil.
El Islam se convirtió entonces en algo más que una religión, más que una ideología, más que una cultura. Es un todo dentro de un país dislocado a consecuencia de de la introducción de distorsiones y desequilibrios provocados por la irrupción de mecanismos económicos y sociales modernos. El Islam aparece así como el único escudo y más que un escudo, como la única fuerza de cohesión. El Islam como totalidad logró abolir todas las diferencias.
Señala el gran islamista Bernard Lewis “El Islam, desde el momento de su fundación es el Estado, y la identidad de religión y gobierno está impresa de manera indeleble en la memoria y conciencia de los creyentes a partir de sus propios escritos sagrados, su historia y sus experiencias”. No hay que olvidar que Mahoma fue a la vez profeta, fundador de un Estado y conquistador. Esto crea diferencias fundamentales entre el paradigma islámico y el cristianismo. Para el Islam no existen distinciones entre iglesia y Estado. La soberanía no descansa ni en un individuo, ni en el pueblo. Pertenece a Dios. El papel del hombre es ser su vicerregente en la tierra, el administrador de Dios.
El integrismo puede definirse como una ideología que busca la unificación, la integración de las esferas secular y religiosa del Estado-nación moderno que ha tendido a separarlas. En este sentido, el integrismo puede ser meramente una racionalización de las aspiraciones de un movimiento fundamentalista. También es cierto que el integrismo está más arraigado en el Islam que en el judaísmo o en el cristianismo. Estos dos últimos, desde sus inicios, establecieron la separación entre la esfera del rey y la del sacerdote, entre la espada y las Escrituras. En el Islam original, el del Profeta, no hubo tal distinción. El integrismo islámico idealiza este Islam primitivo y lo toma como un modelo de un Estado en el que la esfera de lo político, lo religioso, lo económico y lo social estaba unificada bajo la Ley Divina. El integrismo propone un plan revolucionario que esencialmente consiste en lo siguiente:
- Impedir a toda costa la secularización del Estado.
- Una revolución en nombre de Dios que permita restablecer el dominio de la Ley Divina expresada en el Corán.
- El gobierno islámico ideal se describe en pocas palabras como un gobierno democrático sustentado en el consenso (ijma) y la consulta (shura); justicia en lo económico y la restauración de la identidad islámica en lo cultural, social e histórico.
- Lograr una modernización selectiva que por ningún motivo implique una occidentalización de valores.
- Destruir las fronteras del Estado-nación actual, herencias del colonialismo, y contrarias a la voluntad divina de que exista una sola comunidad de creyentes.
- Establecer una sociedad igualitaria con apego a los modelos socialistas, esencialmente mediante la estatización de la economía.
Es importante destacar la falta de consenso en la clase media sobre el proyecto político que se consideraba adecuado para Irán. La facción liberal democrática quería una monarquía constitucional en la que el Sha se limitara a “cortar listones y besar bebés frente a las cámaras” dejando el poder en manos de un parlamento pluripartidista de corte europeo. Las facciones radicales querían un régimen socialista islámico, al estilo de Libia, o uno comunista, según lo proponía el Partido Tudeh de clara filiación soviética. Por tanto, quedaba sin respuesta la gran pregunta de cómo enfrentar el poder del Sha y el único que parecía tener una solución práctica era Jomeini. Él sabía del enorme carisma con el que contaba el clero y, sobre todo, de la tradición de liderazgo político que se había forjado desde los tiempos de los Qayar. Para derribar al Sha se tenía que movilizar a la nación entera; sin embargo, las “masas” no estaban dispuestas a morir por los ideales de Lenin o Mao, y sí en cambio, por los del Imán Hussein y el Islam. El Islam ha dado respuestas que son válidas para todos sus seguidores. El cuerpo doctrinal musulmán no se limita a una parte de la vida humana, por el contrario, penetra y reforma en todos los campos donde se desarrolla la persona reglamentándolos de una forma tan minuciosa que es sorprendente tanta previsión. Para el musulmán, su religión es un camino que lo resguarda de todo error y que garantiza una recta conducta de la vida.
Para los observadores occidentales resultó sorprendente el comportamiento de la clase media laica, que fue incapaz de asumir la responsabilidad del cambio revolucionario. Uno a uno, los diferentes partidos (liberales, nacionalistas, comunistas, maoístas) se fueron entregando a Jomeini y aceptando su liderazgo.
Jomeini tuvo la sagacidad y el carisma para unir a todas las fuerzas sociales que el propio Sha se había encargado de alejar de su régimen y que buscaban derrocarlo. Supo convertirse en “campeón de todas las causas” ya que mantuvo un prudente silencio en torno a los principales y más controvertidos temas políticos y sociales: la democracia, la reforma agraria, la mujer y el papel del clero en la política. De esta forma, el bazar (los comerciantes) lo apoyaba por los tradicionales vínculos que lo unían con el clero y porque Jomeini defendía los valores islámicos entre los que se encontraba el respeto a la propiedad privada. La clase media moderna lo consideró un nacionalista romántico y ante todo, un hombre sin intereses propios o de grupo. Pero al igual que el Sha, la moderna clase media no pudo concebir la política y el Islam sino como cosas separadas y distantes. Los trabajadores consideraron a Jomeini como un defensor de la justicia social y los desdichados como un redentor.
Destacó la habilidad de Jomeini para politizar los acontecimientos religiosos, algo esencial en la visión integrista del Islam. Jomeini logró encauzar las reivindicaciones políticas, los agravios sociales y económicos a través del discurso religioso, y enfrenta a la población con el régimen exaltando los profundos sentimientos de martirio que el shiísmo, a lo largo de los siglos, había imbuido a la población.
Durante los meses que duró el proceso de la revolución culminó la politización del shiísmo que los ulemas habían fomentado por más de un siglo manteniendo viva en la población la conciencia de la ilegitimidad de la monarquía y denunciando sus afrentas al Islam. Las procesiones religiosas en las que se aglutinaban todos los sectores e ideologías de la sociedad iraní se convertían en manifestaciones de protesta contra el régimen .Los manifestantes gritaban consignas en las que se empleaba el lenguaje del Islam (y no del marxismo); frecuentemente iban vestidos de blanco y desarmados, demostrando así su voluntad de martirio.
El gobierno islámico, dice Jomeini, “es el gobierno del pueblo mediante la aplicación de la Ley Divina”. Sólo Dios es el “Gran Legislador”. El otro punto revolucionario de su libro es el énfasis en demostrar el carácter político y social del Islam dejando a un lado su aspecto religioso y ritual.
El Corán contiene mucho más versos relativos a los problemas
sociales que a los aspectos devocionales. Nunca se diga que
el Islam se compone de unos cuantos preceptos referentes a la
relación entre Dios y su creación. ¡La mezquita no es la
iglesia!... (las leyes de Dios) regulan toda la vida del
individuo desde su concepción hasta su muerte… ¡La Ley islámica
es progresista, perfecta y universal!
Un concepto claro en el pensamiento político de Jomeini es el que divide a la sociedad musulmana en dos grandes grupos cuyos nombres pueden interpretarse como “los del rebaño” y “los poderosos”. Los primeros son la gran masa de iletrados que viven en la miseria, los desposeídos; los segundos, verdaderos representantes del mal, explotan a los miserables. De ahí que sólo el conocedor de la ley islámica puede remediar la situación actuando como custodio de los miserables. Jomeini, pues, propone un gobierno para el pueblo, pero no por el pueblo, que carece del divino conocimiento y de la soberanía para ponerlo en práctica.
La Ley Islámica (sharia) tiene por objeto garantizar al hombre, en la vida presente, las mejores condiciones de vida y, en una vida futura, la recompensa eterna. Pero el primer elemento terrenal y existencial es decisivo. El Corán lo sintetiza cuando dice: “El árbol verde, que tiene las raíces en la tierra y cuyas ramas alcanzan el cielo”. Además, resistir a las tiranías, al despotismo, aparece como un deber musulmán, basado en el igualitarismo; El Corán plantea una sociedad donde “hay todo suficientemente para todos” y por ello hay autores que señalan que el islamismo no acepta la explotación del hombre por el hombre y que entraña una ideología de lucha contra las desigualdades.
La Revolución Iraní es el ejemplo más dramático de la expresión política del Islam en los años recientes. La larga trayectoria de oposición del clero shiíta a la monarquía y su gradual politización giran en torno de un argumento central que es la violación de la sharia, del ordenamiento divino; el clero se levanta en defensa de la sharia y clama por el establecimiento de un régimen acorde con las disposiciones del sistema.
En cuanto a las ideologías, el desprecio de Jomeini hacia las ideas occidentales y “orientales” (soviéticas) queda perfectamente expresado en las siguientes apreciaciones del Imán: “El ideal de la sociedad propuesta por Marx y Lenin es un campo de concentración y el de Occidente es un burdel a escala universal”.
En gran medida, la Revolución Iraní ha sido una revolución de independencia, de defensa de la identidad propia de un país del tercer mundo contra la tendencia globalizadora de la economía que, bajo el liderazgo de las potencias capitalistas, tienden a corroer las fronteras nacionales y la identidad nacional de los países más débiles. La reacción de los iraníes contra la occidentalización llevada a cabo por el Sha fue en defensa del último reducto de identidad nacional.
Bibliografía
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Briere, Claire. Irán, La Revolución en Nombre de Dios. París, Terranova, 1979.
Escobar, Andrés. Irán No Alineado. La Habana. Editorial de Ciencias Sociales, 1979.
Morales, Gustavo. El Irán del Imam Jomeini. Madrid. Prensa y Ediciones Iberoamericanas S.A., 1988.
Maza, Enrique y otros. Irán, La Religión en la Revolución. México. Proceso, 1981.
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