31 ene 2013

En el Corazón de Egipto: Los Coptos

Coptos protegen a musulmanes mientras realizan el salat (oración) durante las
manifestaciones contra el gobierno de Mubarak. Fotografía tomada por
Nevine Zaki
Ciudad egipcia por excelencia, El Cairo ha sido un gran crisol. Una faceta más de esta autoctonía ha sido la concentración en la metrópolis de los coptos, una minoría religiosa que aparece como la quintaesencia del pueblo egipcio. El afincamiento en la capital de los cristianos de Egipto es un ejemplo excepcional de integración de una minoría cuya presencia no afecta en lo más mínimo a la unidad nacional. En realidad, la única explicación de su existencia continuada es esa misma integración. Hoy esta minoría se encuentra estabilizada y, a diferencia de otras minorías cristianas de Oriente Próximo, no parece dispuesta a emprender ninguna emigración masiva que conllevaría su decadencia.


¿Cómo se produjo el asentamiento de los coptos? En la evolución de esta cristiandad egipcia podemos distinguir dos grandes fases históricas, con un claro reflejo en su geografía actual: la primera de retroceso progresivo y acantonamiento, y la segunda de integración y consolidación, acompañada de una nueva difusión. El movimiento de conversión, activo desde los primeros momentos de la ocupación, transformó Egipto en un país de mayoría musulmana en el siglo IX. Acelerado a veces por las persecuciones, sobre todo con los fatimíes y acompañado de una arabización progresiva —que hizo desaparecer el copto como lengua hablada a partir del siglo XIV, relegándolo a la liturgia—, este movimiento redujo la proporción de cristianos al 10% de la población de la época, es decir, ligeramente superior al porcentaje actual. Los coptos sólo formaban un bloque unido en el Alto Egipto, lejos de los centros de islamización de la capital y el valle bajo, donde había reductos muy modestos. La situación cambió repentinamente en la época de los mamelucos. El movimiento de conversión se detuvo, o por lo menos se frenó bastante. Surgieron grupos coptos nuevos, que se propagaron en las ciudades, sobre todo en el Cairo, donde formaron un barrio nuevo al noroeste de la ciudad fatimí. El significado de esta discontinuidad histórica es claro. Expresa la integración de los coptos en la sociedad egipcia, a escala modesta, pero con un estatuto aceptable y un lugar reconocido. Los nuevos dueños de Egipto, los mamelucos, eran una casta militar de origen extranjero, muy aislada de la población local. Para gobernar el país necesitaban apoyarse en sectores que hicieran de mediadores. Loa coptos, una minoría no musulmana que como tal no podía aspirar al poder ni ponerlo en peligro, tenían una instrucción en árabe que los hacía adecuados para ocupar cargos burocráticos. Fueron utilizados masivamente en los puestos subalternos de la administración y promovidos a la condición social de pequeños funcionarios y clérigos, lo que les colocaba en una posición ventajosa. La minoría copta, que ocupaba ya un lugar preciso en la sociedad egipcia –que la hacía necesaria y le garantizaba tolerancia y protección del poder—, se estabilizó definitivamente, en respuesta a una estrategia de integración pluralista. El éxodo rural contemporáneo llevó hasta El Cairo, centro del poder, un número cada vez más elevado de coptos. La inserción de los coptos en la sociedad egipcia, con los albores de la modernización del país, se desarrolló plenamente siguiendo la línea inicial. Muy numerosos entre los funcionarios y empleados de rango intermedio, en 1910 formaban el 45% de los efectivos de la función pública egipcia. Pero como eran cultos e instruidos, enseguida extendieron su actividad a todas las profesiones liberales e intelectuales. Se hicieron juristas, médicos y universitarios. Fieles al alma de Egipto, nunca han participado en su explotación, ni se han puesto al servicio de las empresas extranjeras.


Vemos pues, que los coptos no suponen ninguna amenaza para la unidad de Egipto; hasta llevan su nombre, que es una derivación del nombre griego Aegyptos (en árabe: Kibt). No constituyen ninguna minoría centrífuga, al contrario, no conciben la existencia fuera de este país del que son un substrato. Es lógico, pues, que su participación en el movimiento nacional egipcio durante el dominio británico fuera destacada. Los movimientos populares de origen musulmán integrista que les han hostigado en fechas recientes no pueden alterar esa actitud fundamental. Su vindicación, si es que la expresan, es un lugar en la política y la vida del país conforme a sus actividades y sus capacidades. Sus quejas son las de un grupo que ha evolucionado precozmente, está integrado en la alta función pública y la intelectualidad, y asiste con cierta amargura a la reciente proliferación de élites musulmanas que poco a poco les están suplantando. Las exageraciones ingenuas de su importancia numérica expresan el mismo afán de sobrevalorar su presencia en un país que sienten como algo profundamente suyo. En el oriente árabe, Egipto goza de un privilegio especial: todos sus hijos lo consideran su patria.

Xavier de Planhol, Las naciones del profeta. Manual de geografía política musulmana, Barcelona, Edicions Bellaterra, 1998, pp. 312-316

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