La ola de movimientos sociales que sacudieron el norte de África y que llevaron a su fin a gobiernos autocráticos y con un modelo de sucesión de tipo dinástico posee causas que deben buscarse en las condiciones socioeconómicas y de libertad política. Al parecer, la gente de Túnez y Egipto se hartó de las altas tasas de desempleo y de la farsa de la "democracia" en estos países árabes.
Cabe destacar la repentina efervescencia social que asombró al mundo durante esas semanas. Ningún analista internacional sospechaba unos cuantos días antes que sucederían revueltas políticas de tal magnitud, y eso responde a las particularidades de la religión islámica y la mentalidad de sus creyentes, temas que nunca serán cabalmente entendidos en Occidente.
Ahora bien, terminada esta primera etapa de revoluciones en el mundo del Islam, la propagación de las reivindicaciones sociales a Siria, Libia, Yemen y Bahrein conjuga elementos tanto sociales como geopolíticos. Y de ahí la importancia que tiene la manera en que la comunidad internacional responde a la represión gubernamental; en el caso de Libia, las causas geopolíticas son bastante controversiales.
Obviaré la teoría del control del petróleo libio para enfocarme en una hipótesis mucho menos conocida y bastante preocupante. Gadafi había concebido el plan de instaurar una moneda de oro, el dinar de oro, moneda que pensaba instituir en todos los países del norte de África y con el tiempo, también en los países de Medio Oriente. De esta manera, las exportaciones de hidrocarburos de estas naciones tendrían que pagarse en oro, y no en dólares o euros, lo cual cambiaría radicalmente el sistema de poder en el mundo, disminuyendo la capacidad adquisitiva de las naciones industrializadas y distribuyendo esta riqueza entre la población de los países del Magreb. El poder de compra dependería ahora de las reservas de oro de cada país. Así, los países exportadores de hidrocarburos obtendrían un valor real a cambio de sus recursos, y no serían víctimas ya de la especulación de las monedas las cuales no basan su valor en ninguna base real, y con esto podrían programar su desarrollo con base en sus propias aspiraciones y objetivos, y no en el que los bancos centrales de los países desarrollados les impusieran. En pocas palabras, adquirirían un grado de independencia económica como jamás han conocido.
En 2000, Sadam Husein anunció que Irak vendería su petróleo exclusivamente en euros, con el temor de que tal medida se extendiera a todos los países de la OPEP, los norteamericanos lanzaron una invasión que derrocó a este dictador, detuvo sus pretensiones pro-europeas y además les otorgó el control de una de las mayores reservas petrolíferas del mundo.
La Realpolitik sigue tan viva como en la época de Otto Von Bismarck. El propio Cardenal Richelieu hubiera aprobado estas acciones de haber sido consejero de Bush y de Obama. El realismo político no murió con el fin de la Guerra Fría, ahora posee un carácter más sutil debido al creciente poder de los medios de comunicación y se justifica con argumentos orwellianos: Prolongar la guerra para procurar la seguridad de los civiles.
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